Comentario
Datos etnográficos
La etnografía es un aspecto importante en la Relación apreciándose, con gran claridad, cuándo el autor, personalmente, aporta datos obtenidos de su convivencia con los nativos, o por el contrario, son noticias aportadas por los esclavos de a bordo, existiendo un obstáculo lógico: la lengua. La mímica fue sin duda el medio más rápido y usual utilizado entre los interlocutores. La vivienda indígena, el ajuar que la adorna, aparecen en diversos momentos de la Crónica: habitan en ciertas casas amplias, llamadas bohios, y duermen en redes de algodón que denominan hamacas anudadas en el interior de aquellas viviendas, de un extremo a otro en troncos gruesos entre los cuales encienden lumbres. El lujo de ciertos caciques, en contraposición con la pobreza del resto de la población indígena, no pasó desapercibido al curioso Pigafetta: era gordo y pequeño, tatuado al fuego diversamente. Otra esterilla, ante sí, servíale de mantel pues estaba comiendo huevos de serpiente escudillera, servidos en dos vasijas de porcelana; y tenía también cuatro jarras llenas de vino de palma cubiertas con hierbas oloríferas, un canuto metido en cada una, le servía para indistintamente sorber. El poder de ciertos caciques, la veneración -casi sagrada- de que eran objeto, la organización administrativa que controlaban, los detalla con aguda observación durante la permanencia en las Visayas: aquel rey es moro, y por nombre Siripida. Tenía cuarenta años, y estaba gordo. No le sirven y cuidan nada más que mujeres, hijas de sus notables, jamás abandona su palacio, salvo para ir de caza; nadie le puede hablar sino a través de un canuto. Rodéanle diez escribanos, que pasan sus asuntos a unas delgadísimas cortezas de árbol. A estos les llaman xiritoles. Pero al lado de pasajes, que describen ambientes lujosos en los que vivían ciertos caciques, que utilizaban, incluso, ricas vajillas de porcelana, aparecen otros, en los que el salvajismo, la barbarie y la antropofagia son las características predominantes: son los hombres de allí selváticos, y bestiales. Comen carne humana, nada poseen, van desnudos, con el taparrabos de los otros cuando se disponen a combatir, revístense de trozos de piel de búfalo por pecho, espalda y flancos, adornados de cuernecillos, dientes de cerdo y color de pelleja de cabras, que cuelgan por todas partes.
Al referirse a los indígenas de la Patagonia, captó hasta los más mínimos detalles, tales como el dibujo que adornaba la cara del hombre, más difícil de apreciar que las abultadas formas de las mujeres: era tan alto él que no le pasaban de la cintura, y bien conforme; tenía las facciones grandes, pintadas al rojo, y alrededor de los ojos de amarillo, con un corazón trazado en el centro de cada mejilla... ellas no eran tan altas, pero sí mucho más gordas. Cuando las vimos de cerca, nos quedamos atónitos; tienen las tetas largas hasta la mitad del brazo, van pintadas y desvestidas como sus maridos, si no es que ante el sexo llevan un pellejín que lo cubre. Las ceremonias funerarias, realizadas cuando moría algún noble, no pasaron inadvertidas al Caballero de Rodas: cuando uno de los notables muere, dedícanle estas ceremonias: En primer término, todas las mujeres principales del lugar acuden a casa del difunto. En medio de ello aparece en su féretro el tal, bajo una especie de entrecruzado de cuerdas en el que enredan un sin fin de ramas de árboles.
Enfermedad y medicina
En diversos pasajes de la Relación, se recogen descripciones sobre las técnicas curativas y sintomatología de las enfermedades; unos datos, son de primera mano, fueron experiencias vividas muy de cerca por el cronista; otros, en cambio, son informaciones procedentes de los indígenas de a bordo: cuando a esta gente le duele el estómago, en lugar de purgarse se meten por la garganta dos palmos, o más de una flecha, y vomitan una masa verde mezclada con sangre, según comen cierta clase de cardos. El uso de sangrías para aliviar las cefalalgias y las migrañas le chocó al relator: cuando les duele la cabeza, se dan un corte transversal en la frente, y así en los brazos, en las piernas y cualquier lugar del cuerpo, procurando que se desangre mucho.
Observaciones sexuales
Su espíritu religioso no le impidió describir con pormenores escenas sexuales. Las relata con naturalidad, sin escandalizarse y sin aspavientos ni melindres. Nos atreveríamos a decir que las contempla con deleite. En alguna ocasión, escenas cargadas de brutalidad, las recoge en la Relación, sin ninguna explicación, dejándonos la duda de si es verdad o mentira. Pero para el historiador, el dato escrito siempre tiene una validez. Y así, nos dice: una hermosa joven subió un día a la nao capitana, donde me encontraba yo, no con otro propósito que el de aprovechar alguna nadería de desecho, y andando en la cual, le echó el ojo en la cámara del suboficial abierta, a un clavo más largo que un dedo; y, apoderándose de él con gran gentileza y galantería, hundiolo entero, de punta a cabo entre los labios de su natura; tras ello, marchose pasito a pasito. En otro paisaje se refiere también a una costumbre sexual, rara y anómala, que Pigafetta interpretó como aumento de placer clitoridiano y vaginal de las mujeres, pero como indicamos en la nota correspondiente, en el texto, la obligación a su uso era muy distinta: grandes y pequeños se han hecho traspasar el pene cerca de la cabeza de lado a lado, con una barrita de oro, o bien de estaño, de espesor de las plumas de oca, y cada remate de esa barra tienen unas como una estrella, con pinchos en la parte de arriba... Diversas veces, quise que me lo enseñaran muchos, así viejos como jóvenes, pues no lo podía creer... Afirman éstos que sus mujeres lo desean así, y que de lo contrario nada les permitirían.
Descripciones cargadas de erotismo que, le contaron los indígenas de a bordo, se apresuró a recogerlas en sus notas, sin pararse a pensar, si fisiológicamente pueden ser reales: igualmente nos informaron que los mozos de Java, cuando se enamoran de alguna bella joven, átanse con hilos ciertas campanillas entre miembro y prepucio; acuden bajo sus enamoradas y, haciendo acción de orinar y agitando el miembro, tintinean las tales campanillas hasta que las requeridas las oyen. Inmediatamente acuden al reclamo, y hacen su voluntad, siempre con las campanillas, porque a sus
mujeres les causa gran placer escucharlas cómo les resuenan dentro de sí.